
La depresión afecta a millones de personas en México y se ha convertido en una de las principales causas de discapacidad. Entre los cuerpos de seguridad, el impacto es todavía mayor: enfrentan violencia, desgaste emocional y un estigma que les impide pedir ayuda.
La depresión es mucho más que tristeza. Se trata de un trastorno que altera la manera en que una persona piensa, siente y se relaciona con su entorno. En México, las cifras confirman la magnitud del problema: según la Encuesta Nacional de Epidemiología Psiquiátrica, 9.2 por ciento de la población ha padecido un episodio depresivo a lo largo de su vida, lo que la coloca como uno de los trastornos mentales más comunes en el país (Medina-Mora et al., The British Journal of Psychiatry). Datos más recientes de la Secretaría de Salud muestran que la depresión es ya una de las principales causas de consulta en los servicios de salud mental.
En el caso de los policías, el riesgo es mucho más alto. La naturaleza de su trabajo los expone de manera cotidiana a la violencia, a la pérdida de compañeros, a situaciones traumáticas y a largas jornadas bajo presión. A este escenario se suman factores estructurales: bajos salarios, inestabilidad laboral, falta de descanso y recursos limitados para desempeñar su labor. Todo ello crea un caldo de cultivo para el desarrollo de depresión, que muchas veces permanece oculta por miedo al estigma o a sanciones laborales.
Un estudio sobre salud mental en policías municipales de México documentó que los síntomas depresivos se presentan con frecuencia junto con ansiedad y burnout. El desgaste emocional acumulado, cuando no se atiende, se traduce en pérdida de motivación, fatiga extrema y una sensación de vacío que afecta tanto la vida personal como el desempeño operativo. En la literatura científica internacional se ha comprobado que los cuerpos policiales tienen tasas más altas de depresión que la población general, y México no es la excepción.
Las consecuencias de la depresión en policías son profundas. A nivel personal aparecen aislamiento, irritabilidad, pérdida de interés, problemas de sueño y pensamientos recurrentes de desesperanza. En el ámbito laboral, la depresión deteriora la toma de decisiones, aumenta la probabilidad de errores en operativos y eleva el riesgo de accidentes. Para la sociedad, esto se traduce en menor capacidad de respuesta, desconfianza y debilitamiento de la seguridad pública.
Frente a esta realidad, es urgente actuar. La depresión no puede seguir siendo un tema tabú en las corporaciones. Se requieren programas permanentes de prevención, detección y tratamiento dentro de los cuerpos de seguridad. La capacitación debe incluir no solo habilidades tácticas, sino también herramientas de autocuidado emocional. Se necesitan espacios de acompañamiento psicológico seguros, accesibles y confidenciales, donde los policías puedan pedir ayuda sin miedo a ser estigmatizados. Y, sobre todo, es indispensable que las instituciones reconozcan la salud mental como un componente central de la seguridad ciudadana.
La depresión es la herida invisible que cargan miles de policías en México. No siempre se nota en un uniforme ni en un reporte operativo, pero está ahí, erosionando la vida de quienes todos los días enfrentan el riesgo para protegernos. Atenderla con seriedad es la única manera de fortalecer no solo la vida de nuestros policías, sino también la seguridad de todo un país.